viernes, 12 de noviembre de 2010

Generación Sexo en Nueva York


Tengo una relación de amor odio con la moda.
Pertenezco a algo que llamo la generación Sexo en Nueva York. Una serie con un argumento interesante, que cuenta historias interesantes y que se apoyaba en la moda como complemento atractivo para el público femenino; hasta que un buen día la ropa, los bolsos y los zapatos pasaron a ser el centro de la serie paseados por la gran manzana en cuatro maniquíes que tenían problemas con el género opuesto.
A partir de ese momento todas queremos ser protagonistas de la serie.
Da igual que esas mujeres sean infieles, o desgraciadas, sufran desamores y decepciones. La moralidad pierde importancia cuando llevas colgado de tu brazo un Birkin. Se nos hace asociar el éxito laboral, la madurez, la independencia o la fuerza ( características todas ellas anheladas e increiblemente valoradas por las mujeres ) al modo en que vistes.
Las niñas no quieren ser ejecutivas por el éxito, o la recompensa al esfuerzo. Quieren serlo para poder ponerse un par de peep toes de Brian Atwood en la oficina y que todos vean lo fabulosas que están.

Adoro la moda. Adoro ver desfiles transgresores, nuevos, espectaculares incluso un poco recargados. Me fascinan las piezas únicas, la alta costura, parecer un tarta de cumpleaños enterrada en capas de seda con movimiento, vida.
Es el arte de crear, de soñar con una aguja, de construir sobre tela cimientos imposibles de crear con yeso.
Pero jamás le perdonare que hayan corrompido a toda una generación que soñando con ser médicos, ejecutivas o mujeres de negocios se han encontrado metidas en un Chanel calzando unas sandalias de Jimmy Choo porque si llegas a la cima vestida de Zara, entonces no habrá merecido la pena.

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